Sus ‘copias’, los biosimilares, pueden reducir el coste un 20%
Los fármacos biológicos han revolucionado el tratamiento del cáncer, la artritis y otras enfermedades. Se trata de moléculas tan complejas (proteínas con cientos o miles de eslabones) que no se pueden sintetizar pieza a pieza en el laboratorio, como se hace con los fármacos tradicionales. Lo que se hace es modificar genéticamente una célula animal o una bacteria para que lo fabriquen igual que hacen con el resto de sus proteínas. Ejemplos son el Herceptin, el Avastin (ambos para el cáncer) y el infliximab (para la artritis). Un proceso tan complejo es, lógicamente, muy caro, y estos productos representan ya entre el 40% y el 50% del gasto hospitalario en fármacos (hace 15 años eran prácticamente cero), y son responsables de que esa partida siga subiendo, dijo ayer Carolina González Criado, subdirectora de Farmacia del Servicio de Gallego de Salud. Teniendo en cuenta que esta partida está alrededor de los 4.500 millones de euros anuales, esto quiere decir que los medicamentos biológicos suponen entre 1.800 y 2.250 millones.
Pero el vencimiento de las patentes de una docena de estos productos, ocho de ellos entre los 10 que más recursos consumen, puede suponer un importante ahorro. Igual que en los medicamentos tradicionales hay genéricos, en los biológicos existen los biosimilares, que son lo más parecido a una copia que, en moléculas tan complejas, se puede conseguir. Está previsto que sus precios sean de un 20% a un 30% más barato, con lo que el ahorro —que dependerá de los biosimilares que se aprueben— puede superar los mil millones al año.
Esta cifra no se alcanzará de golpe, pero parte de la partida se podrá empezar a conseguir pronto. González Criado, en la jornada organizada por la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS), puso como ejemplo el infliximab, un medicamento que se usa para la artritis. Suponiendo que todas las futuras prescripciones se hicieran al precio del biosimilar (un 30% más barato que el original) se ahorrarían 41 millones. No es una hipótesis. El laboratorio Hospira, que colaboraba en la sesión, está a punto de anunciar la comercialización de su biosimilar del infliximab. No es el único. Su molécula competirá con el mismo producto que va a lanzar Kern Pharma.
La llegada de los biosimilares puede ser una sacudida al mercado. Pero, como puso de manifiesto el presidente de la Coordinadora Nacional de Artritis, Antonio Ignacio Torralba, puede tener como freno el recelo de profesionales y pacientes. Fernando de Mora, profesor de Farmacología de la Universidad Autónoma de Barcelona, explicó que los biosimilares, aunque no sean idénticos al original, deben acreditar a la Agencia Europea del Medicamento la máxima similitud estructural, funcional, y la misma eficacia en ensayos preclínicos y clínicos. Con ello no solo se garantiza su utilidad y su seguridad, sino que actúan como si fueran los originales. Quizá la parte más compleja de entender es que dos moléculas que no son idénticas sirvan igual. La explicación es que en esas cadenas enormes de cientos o miles de eslabones, no todos son igual de importantes. Su tarea es mantener la estructura y ofrecer un área de actuación. Y puede haber pequeños cambios que no alteren la forma de la molécula.
La mayoría de estos fármacos, complejos y muy caros, son de uso o dispensación hospitalaria. En su caso, a diferencia de los genéricos, el farmacéutico no podrá sustituirlo por el equivalente. Debe ser el médico el que decida cuándo son intercambiables. Esta prevención se debe al principio de precaución ante unos medicamentos nuevos —aunque no tanto: las diferentes insulinas y eritropoyetinas que se usan actualmente son biosimilares, aunque mucho más sencillos—. Pero “a medio o largo plazo”, si no surgen imprevistos, su manejo llegará a ser similar al de los genéricos, aventuró De Mora.
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